Què tengo en mis manos
màs que el sudor del trabajo,
màs que los dedos crispados
del miedo y el cansancio,
màs que la soledad que agobia,
màs que el final del dìa
y el comienzo de la noche
y el recomenzar otro dìa
aùn cuando no hay comienzo
sino es continuaciòn.
En mis manos tengo
tan sòlo mis manos.
Eso,
tan poco,
tan con gusto a vacìo,
tan efìmero,
tan nada.
Y vos, Señor,
que me pedìs mis manos,
èsas,
asì, como estàn,
sin barniz de uñas
porque el tiempo
y el olvido acabo el frasco;
êsas,
las que estàn arrugadas
de tanto lavar ropa
a mano
y sin protegerse;
èsas,
las que estàn àsperas
del agua frìa en invierno
y de las veces que el mate
las usò de tobogàn
en las mañanas con sueño;
èsas,
que se la pasan escribiendo,
vaya a saber què,
pero sabiendo a quièn,
porque siempre es a Vos,
como ahora lo estàn haciendo.
Mis manos, Señor,
vos las querès asì,
con su cansancio,
su aspereza y dureza,
con las làgrimas que sostienen,
con lo que son
y que eran.
Yo te las doy, Señor,
porque mis manos,
que ahora mìas,
fueron tuyas,
vos me las diste un dìa,
para nacer y crecer,
para hacer y saber,
para ayudar y entregar,
para ser libre y amar.
Vos me las diste, Señor,
yo no soy dueña de ellas,
hacè con ellas tu antojo,
llevalas por donde quieras,
que sean ellas caricia,
o puño que amase el pan;
que sean las que acompañen
a otros en su caminar;
bastòn del que està muy dèbil,
red que sostiene al que cae.
Mis manos, con Vos se van
para quedarse entre hermanos.
Con ellas se va el cansancio,
el agobio y desazòn.
Porque al yo darte mis manos
Vos me das Tu Corazòn.
viernes, 31 de octubre de 2008
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